lunes, 29 de abril de 2013

Ya no quiero ser mamá

Aquél sueño que tuve una vez en mi vida, hoy se convierte en mi peor pesadilla. ¿Pañales, baberos y pañitos? Paso.


Me encantan los bebés, lo confieso, pero la idea de tener uno me parece abrumadora. Tengo edad suficiente, muchas de mis amigas ya tienen los suyos y me parecen divinos… no es que considere que no es mi momento para ser madre, es que creo que jamás estaré lista (y cada día estoy más segura).

Las cosas no fueron siempre así, toda la vida soñé con tener al menos una hija. Vestirla, cuidarla y enseñarla a ser feliz era mi gran ilusión… con el tiempo le “encontré papá” y poco a poco mi sueño se fue construyendo. Estoy a tres meses de mi matrimonio, tengo, gracias a Dios, una buena vida, pero de repente aquello que siempre me pareció seguro me acecha: creo que no quiero ser mamá, ni hoy, ni mañana, ni nunca.

Hace unos días leía un artículo de una mujer que decía que, aunque amaba a sus hijos, eran el peor error que había cometido. ¿Qué tal que esa fuera yo alguna vez? Pensaba, mientras leía uno a uno sus argumentos.

Soy una mujer maternal, me gusta cuidar de los demás y aparentemente lo hago muy bien. Sin embargo, hace poco uno de mis perros se enfermó y sentí, por primera vez, que perdí el control sobre mí misma y que la situación me superaba por completo.

La idea ha dado vueltas por mi cabeza frecuentemente desde entonces. Lo he hablado con mi mamá, con mis mejores amigos e incluso con mi pareja; todos me responden que estoy loca, que seré una gran madre, pero nadie me entiende: no es que crea que seré una progenitora desnaturalizada, es que creo que es demasiado para mí… si con mis perros no tengo libertad, ¡ahora con hijos! Si me preocupo, me trasnocho y me enredo con los peludos, ¡no me imagino con una parte de mi ser!

¿Qué hay de malo conmigo?

lunes, 11 de febrero de 2013

Soy el remedo de un ama de casa

Cuando pensé que sería imposible, me veo lavando, barriendo, cocinando… y lo peor, ¡de hecho lo disfruto!

Después de casi 6 años de relación (y 6 meses de break) llevo casi 2 meses viviendo con mi novio. Las cosas no pueden ir mejor, y es ahí donde me empiezo a preocupar. Descubrí lo mucho que disfruto hacer cosas que antes me parecían espantosas, como barrer, encerar el piso y lavar la ropa. He llegado a caer tan bajo que incluso amo planchar sus camisas y verlo salir de la casa sin una arruguita. De hecho, si Dios me diera fuerzas, juro que me levantaría bien temprano todas las mañanas para asegurarme de que se comiera un desayuno “bien trancao”, como debe ser.


Lo gracioso del cuento es que nunca me imaginé haciendo todo esto. Siempre me consideré una mujer tan independiente que consideraba las tareas de la casa humillantes, serviles, tontas. No sé en qué momento se me pasó la bobada, pero ahora realmente añoro que llegue el fin de semana para poderlo recibir con un buen almuercito…

Bueno, la verdad sí sé qué pasó. Mi novio me dio una lección de vida. En medio de mi batalla por no convertirme en su sirvienta, él, con la humildad que lo caracteriza, llegaba a arreglar el apartamento y hacer las tareas que yo tanto odiaba… y lo peor, tenía el amor suficiente para preguntarme qué quería que me tuviera de comida. Hizo de todo, desde sacar a mis perritas a hacer sus necesidades, pasando por llevar mi ropa a la lavandería, hasta cocinarme una de las carnes más ricas que me he comido en mi existencia. En resumen: me hizo bajar la guardia de la manera más hermosa que hay, con el ejemplo.

Ahora entiendo que esas prevenciones para no volverme su esclava eran tonterías, después de todo somos una pareja y no importa quién haga las cosas, sino que ambos colaboremos para ser felices y mantener un hogar lleno de armonía. Desde entonces soy el remedo de ama de casa que nunca quise ser, pero me hace muy feliz.

Y ustedes, ¿ya aprendieron a cocinar?

jueves, 16 de agosto de 2012

Tengo gordos, ¿y qué?

Gracias a Dios no tengo la seguridad en las nalgas, ni la panza.


Hace dos meses tengo el trabajo de mis sueños: hago lo que me gusta, en un ambiente agradable y, lo mejor de todo, me pagan por escribir de lo que quiero. El tema es que las jornadas son largas, a veces pueden ser 15 horas, pero me encanta… lo único que me mata la cabeza es ver como, al dejar de hacer ejercicio y seguir comiendo normalmente, los músculos han empezado a aflojarse y se me han acentuado los gorditos.

No niego que he comido con culpa más de una vez y que ya perdí la cuenta del número de ocasiones en que he intentado llegar a mi casa muerta del cansancio a hacer mi rutina de ejercicios, que he tratado de madrugar a hacerlo y, en su defecto, he intentado reducir mis porciones, pero la verdad es que no lo he logrado: cuando me estreso me da hambre, y como, porque así no puedo trabajar, y, por ende, no podría mantener el trabajo que tanto me gusta.

He estado reflexionando estos días al respecto, todo el tiempo, y, ¿saben qué? Voy a mandar al carajo el estereotipo. Mi trabajo no depende de cómo me veo en un vestido de baño, sino de mi actitud ante las personas que tengo en frente… gracias a Dios no tengo la seguridad en las nalgas, ni la panza: la tengo en mi cabeza, esa misma que me he dedicado a preparar muchos años para el momento profesional en que estoy y los que, con mucho esfuerzo y ayuda de Dios, habrán de venir.

Sí, todo entra por los ojos y el tema de la salud es importante, pero puedo ser rellenita y saludable, ¿o no? Entonces, ¡al carajo! En el tema personal, confío en que quien me quiere, o habrá de hacerlo, no pretenderá que me una a estereotipos medio irreales, sino que vivirá encantado con mi honestidad, espontaneidad y particular sentido del humor (o no?).

He dicho.

jueves, 10 de mayo de 2012

¡Auxilio! Busqué a mi ex (de la idealización a la realidad… ¡auch!)


Luego de tiempo de ser fuerte, respirar profundo y tratar de seguir adelante, cometí el principal error en una separación: lo llamé para darme cuenta de que la realidad supera a la ficción.

Fue una decisión tomada: luego de mucho pensarlo y hacer mil ecuaciones costo/beneficio, llegué a la conclusión de que escuchar la voz de mi ex no sería tan grave y que hablar con él podría ser provechoso. Lo que nunca me pregunté era por qué lo sería.

Lo busqué durante dos días antes de que se “dignara” aceptar mi llamada. Me contestaba horas después por Whatsapp preguntándome qué se me ofrecía (mal precedente), hasta que finalmente cedió y devolvió mi llamada.

Al principio fue tan cordial que me sentía hablando con un extraño, algo raro luego de media década de relación; pero cuando llegamos al tema central (nosotros), las cosas cambiaron radicalmente: surgió en él un ego desmedido y un complejo de superioridad doloroso. Sus palabras cortaron las fantasías que hacía mucho tiempo tejía yo en mi mente, respecto a la posibilidad de que un tiempo alejados podría hacernos reflexionar sobre cuánto nos amábamos y volver para poner a la relación como una prioridad en nuestras vidas, arreglar nuestros problemas y ser felices otra vez… ay, ¡cuán equivocada estaba!

Luego de una cantidad de frases que casi no pude entender, y un par de lágrimas de decepción, comprendí que viví en una mentira y, aunque no quería, volvía a estrellarme contra la realidad: mis pretensiones de volver eran injustificadas y nunca podríamos estar juntos. El amor, si alguna vez existió, se extinguió para darle paso a una relación parásita.

Me choqué contra la costumbre y me di cuenta de que no era lo que quería… no sé si merezco más, pero al menos sé que no me hace feliz. Quería volver porque había idealizado momentos que, aunque efímeros, me hacían recordarlo con cariño; quería volver porque creí que me amaba pero era mentira.

Aunque duele, es mejor saber la verdad. Tal vez por eso no me había animado a seguir adelante, pues sentía que le debía algo. Ahora sé que no, que la deuda la tengo conmigo y no continuaré esperando una la solución de afuera.

Sonaré tonto, pero esta confesión es también mi invitación a todas aquellas personas que están en la misma situación que yo en estos momentos: Vamos pa’ lante! Porque nadie merece vivir a la sombra de otro.

Les dejo la inquietud.

viernes, 4 de mayo de 2012

De por qué no creo en el amor

Príncipes azules, cuentos de hadas, “vivieron felices para siempre”, ya todo me sabe a poco. Las ilusiones del amor no son para mí… ya no.

Todas las mujeres crecemos escuchando historias ideales de amor romántico. Nos llenan la cabeza con tonterías de príncipes que pueden salvarnos y no nos preparan para la realidad: que no hay personas perfectas, que las relaciones son difíciles y que el amor como lo “conocemos” no existe más allá de las páginas rosa. Por eso no creo en “el amor”.

Antes de tildarme de resentida por favor esperen un momento. Sé que es difícil aceptar tal realidad, pero la verdad es que el amor ideal no va más allá de una mirada y una ilusión (que es lo que finalmente es)… pero es que el amor de pareja debería ser otra cosa, no? Más profunda, fuerte y sustentada. Confieso que a mis cortos y largos 24 ya viví la ilusión de ver mis ojos reflejados en unos que me miraban, ya mi corazón se detuvo al oír mi nombre jugando con un “te amo” en los labios adorados, ya lloré de alegría y temblé de deseo pero tuve que aprender que todo eso se desvanece con el tiempo… ya viví un cuento de hadas y me di cuenta de que el concepto no es sostenible, que los príncipes se destiñen (unos más pronto que otros) y que al final del día en la cama solo queda lo que somos: las cosas buenas, las regulares y las terribles.

No creo en el amor porque me parece una tontería creer que algún día mi camino se cruzará de manera aleatoria con el de alguien más, sentiré mariposas en la panza y, de repente, estaré mágicamente salvada de mi soledad; no creo en el amor porque dudo que alguien diferente a mí pueda salvarme y porque sé que las cosquillas son pendejadas inventadas alrededor de reacciones químicas en el cerebro. No creo en la posibilidad de estar con alguien toda la vida, lo que me hace pésimo material para una esposa… que fue algo que muchos años soñé ser pero ahora me importa un pepino.

Finalmente entendí la diferencia entre la ilusión y la realidad y por eso creo firmemente que el amor de pareja es un concepto efímero, frío y pendejamente calculado.

Pero no me odien, ¿habrá aún esperanza para mí?, ¿estaré equivocada? De pronto un poco jodida. Les dejo la inquietud (y de paso a mi).

PD: Ah y ustedes disculpen mi lenguaje por favor.

jueves, 3 de mayo de 2012

De vuelta al ruedo

Lo confieso: sucumbí a la presión social, tiré mis sudaderas y las cambié por un par de tacones. ¿El resultado? Aquí les cuento*.

Lo acepto, estaba rehacía. Tanto que mis amigas, que antes se compadecían de mi situación de soltería, dejaron de llamarme y ya no me preguntaban qué había hecho el fin de semana, ¿para qué? si la respuesta era obvia: apoltronarme en mi casa a hacer todas esas cosas que me permitían ser la única dueña de mi tiempo, como dormir 24 horas seguidas, dedicar una tarde completa a las mascarillas, usar sudadera todo un fin de semana, apagar el celular, entre otras delicias que hace mucho tiempo había olvidado podía hacer.

Pero como todo tiene un límite, empecé a preocuparme aquél día en que me molesté porque mis perros no me prestaban la atención suficiente y, peor aún, mi mamá me dijo que estábamos pasando mucho tiempo juntas y que debíamos empezar a ver otras personas. Fue entonces cuando hice un alto en el camino y decidí aceptar una invitación de un amigo.

Me arreglé rápidamente y me puse aquellas cosas que había echado al olvido cuando me consideraba una mujer comprometida: un par de tacones que hacían bailar mi cintura y moverme como una garza, unos jeans tan ajustados que me hacían ver el trasero de una reina y una blusa sexy, que conjugaba mi estado juguetón con un “no te acerques, te puedo morder”.

Nos encontramos a la hora designada, me abrazó con euforia y luego de una larga charla y un par de cervezas un beso apareció de la nada. El resultado fue inesperado, pero eso se los cuento después.

*Dedicado especialmente a mi amigo Jaime Abozaglo, gracias por impulsarme a escribir.

jueves, 29 de marzo de 2012

Quiero amigos, no pretendientes (mi protesta)

Aquél quien piense que la soltería equivale a búsqueda se equivoca. Hombres, ¿en qué #$&!)&$ están pensando?

En el tiempo que llevo sola me he dado cuenta de un fenómeno que trasciende el mal gusto y raya en la desesperación de más de un hombre quien cree que estar soltera y de cacería son sinónimos y que, por ende, este momento de mi vida es el indicado para rescatarme. Pues les informo, mis queridos, están equivocados.

Me siento como una presa herida, rodeada de toda clase de carroñeros que buscan aprovechar mi debilidad para comer un poco de mi carne; pero les digo de frente y de una vez: no estoy interesada, aléjense. ¿Lo más triste? Varios de quienes creí mis amigos caen en esa categoría… atrás quedaron las charlas amenas, las risas y los buenos momentos, porque ahora lo que corta el ambiente es la presión de cada quien que pretende recoger las piezas rotas y recibir un beneficio a cambio (si el pago es en especie, mucho mejor).

Les informo: las mujeres de verdad son como las estrellas de mar, pues en caso de perder un brazo tienen la capacidad de regenerarse en proporciones impresionantes, sin ayuda de ningún factor externo. No como palomitas heridas, víctimas de las circunstancias y dependientes de aquél quien se compadezca a cuidarlas para volver a volar.

Lo siento “amigos” pero esta es mi protesta. Estoy seriamente indignada, pues prefiero quedarme completamente sola en este punto de mi vida, que tener plan todos los días y mil personas con quien hablar, si lo único que les importa es en qué momento cederé lo suficiente como para echarme a los brazos del despecho y, de paso, dejar que alguno me tome para “sanar mi corazón”.

Quiero amigos, de esos que son hermanos. Que te escuchan sin interés mayor al de tu amistad recíproca; quiero amigos, no cajeros que ofrezcan pagar todas las cuentas en busca de “beneficios”; quiero tener con quien llorar si así lo necesito; quiero tener a quien decir que lo quiero sin que lo tome como una invitación; quiero un consejo, una palabra, que no tenga interés diferente a mi propio bienestar. He dicho.